La Semana Santa Ilicitana renace cada año con el resplandor del sol de primavera y la blancura de la palma de su Domingo de Ramos. Durante cuatro noches de luna llena, las imágenes de la Pasión de Cristo recorren las vías, las arterias y los rincones de la ciudad de Elche y sus vecinos, a los que alumbran con sus tronos, sus rostros y sus velas. Tras el fragor de las cornetas, la magnitud de sus encuentros y la cadencia de los palios, la rotura del Guió señala el abandono de la oscuridad. Al final, la Resurrección vuelve a llenar de luz las calles, despoja a los cofrades de sus capuchones y, junto a la Virgen de la Asunción, impregna el cielo con el color de las Aleluyas. Curtida y pulida por sus más de cuatro siglos de historia, la Semana Santa permanece viva todo el año. Porque, sostenida al hombro y al costal de su treintena de cofradías y hermandades y de sus más de seis mil penitentes, esta celebración se ha erigido en uno de los trances esenciales de la sociedad ilicitana y en un encuadre repleto de retratos irrepetibles. Texto: Félix Arias